No he sido yo el que ha muerto. Has sido tú. Y ahora qué hacemos con tu cadáver. Yo no sabía. Tú dijiste un día que querías que te lanzáramos al Sena. Eso dijiste, no creo que mintieras o que estuvieras borracho. Así que te pusimos en el coche y te llevamos a París. En un descampado incineramos tu cuerpo, oh pequeño Dido de Cartago ardiendo en una pira junto al mar, pero no había mar. Los elementos de tu cuerpo eran básicamente la primera mitad de la tabla periódica. Te faltaba Ununbio y Tungsteno, y en vida hablaste demasiado de los macarrones, es decir, que te faltaban un par de cojones. Pero te queríamos, aunque no comieras ni hablaras mucho, aunque nunca llamaras a nadie (porque tú solo llamabas a brujas y te tirabas las cartas del tarot todo el día y sabías que tu vida era e iba a ser una desgracia).
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